El mayordomo del Colegio, según ella misma ha dejado escrito, en uno de sus primeros libros (Noticias de la Verdad), la ayudó a ingresar en el Colegio Silíceo, Colegio de Doncellas Nobles de Toledo. Tal vez al emplear la palabra mayordomo, quisiese decir el administrador del Colegio, que era uno de los cargos importantes. Curiosamente -lo estoy investigando en este momento- no lo hizo con sus apellidos verdaderos, algo que resulta realmente extraño, dado que se trababa de una institución que supervisaba escrupulosamente el ingreso de cada nueva doncella. Lo cierto es que Juana, de Chozas, a finales de diciembre de 1604 o a principios de 1605, se convirtió en alumna de dicho Colegio, a propuesta del propio rey de España, Felipe III. Ella estaba en extrema necesidad, como se recoge en algún documento de la Institución. Debía encontrar un lugar donde alojarse, hasta ver cumplido su sueño de ser monja.
Nacida en el pueblo toledano de Chozas de Canales, a la edad de 8 años huyó de la casa familiar, en el pueblo, y dirigió sus pasos a Toledo. Lo hizo porque había escuchado a un pretendiente del pueblo pedir su mano a su progenitor, para casarse con ella en cuanto pasasen unos cuantos años. Y casarse no estaba en sus planes, ella quería por encima de todo, dedicar su vida a Dios. Ya en Toledo, se alojó en la casa de unos señores muy piadosos y estuvo viendo con ellos, encargada de las tareas domésticas, durante 8 años. Cuando falleció el señor, debía encontrar con urgencia un lugar donde vivir.
Esta institución, el Colegio de Nuestra Señora de los Remedios, Copatronato del Colegio de Doncellas Nobles de Toledo, se creó el 25 de octubre de 1551 por iniciativa del Cardenal Arzobispo de Toledo, Don Juan Martínez Silíceo. Fue la primera institución educativa dedicada exclusivamente a la mujer. Su finalidad era recoger niñas para educarlas como futuras madres de familia, es decir se les educaba hasta el momento en que se casaran, en matrimonio cristiano. Cuando lo hacían, recibían por parte del Colegio una dote.
Poco antes de fallecer el Cardenal extendió y dejó escrito el Patronazgo del Colegio a los Monarcas españoles, lance que aceptó Felipe II, cuando ya había fallecido el fundador. Estaba establecido que el Rey podría nombrar 60 doncellas y el Arzobispo, 40. Por dicho motivo, el ingreso de Juana en el Colegio Silicio fue por propuesta del propio rey de España, Felipe III, según reflejan diversos documentos, firmados por el monarca. En la carta fundacional del colegio se especifica que la institución sería para 100 doncellas, pese a que el número con el que comienza su andadura fue de tan sólo 15 alumnas, pensando en ir aumentando las plazas según crecieran las rentas.
Se sabe que en 1624 había 78 doncellas, por lo que en 1604, que es cuando ingresa nuestra Juana, serían muchísimas menos. Todas debían ser del Arzobispado de Toledo, aunque seis de ellas, si eran familiares o deudas del Cardenal, podían venir de otra región. Allí aprendían a leer y escribir, también a coser… Según dispone Felipe II, en Real Cédula de 1566. Cuando entraba una nueva colegiala era confiada a una de las chicas mayores, a quien estas llamaban «tía». Ella se convertía en la persona que iba a ocuparse de educarlas en su mismo cuarto. Cada «tía» tenía a su cargo a 2 o 3 doncellas más pequeñas.
Vivían en una especie de apartamentos, formados por un cuarto de estar, la alcoba de la «tía» y la de las niñas. En dichas dependencias rezaban a diario el rosario, y hacían el desayuno y la merienda. La»tía» las despertaba a las siete y media de la mañana. A las ocho oían misa en el coro, con el canto de maitines y laudes en latín, y rezaban un responso por el alma del Fundador, el Cardenal. Tras desayunar comenzaban las clases, hasta las doce y media de la mañana. Aseadas y con las manos lavadas se dirigían al comedor. Allí tenía lugar tanto las comidas como las cenas, que hacían todas juntas en el Refectorio, junto con la Rectora. Mientras, se leían vidas de Santos, tal y como se hacía también en los conventos.
El Cardenal Silíceo quiso que las niñas vivieran en una especie de semi «clausura». No se permitía que las doncellas recibieran visitas, ni podían salir, salvo en casos muy especiales (por enfermedad) o los días de los cumpleaños de los Reyes o de entradas de personas Reales o del Arzobispo de Toledo, así como los días de los Misterios de Nuestra Señora y las Pascuas. Cuando en estas escasas ocasiones salían, no podían llevar el uniforme, sino «un vestido ordinario y honesto».
El Cardenal Silíceo (1486-1557) dejó escrito que nadie salvo él podría ser enterrado en dicha Instituión. Cuando entró Juana ya habían transcurrido 48 años de su fallecimiento. Los restos mortales del Cardenal reposaban en una humilde caja de madera cubierta con un paño negro y su mitra, hasta que Ricardo Bellver y Ramón (1845-1924) se encargó de realizar en 1880, el espectacular sepulcro del Cardenal, que hoy puede contemplarse, porque distintas dependencias del Colegio Silíceo (la antigua capilla donde se ve el coro de las doncellas y el sepulcro del Cardenal; el bello patio toledano del colegio y la sala rectoral) son hoy museo de Patrimonio Nacional.
El sepulcro es una maravilla. En ambos costados del mismo, están representadas dos escenas, en las que están presentes las propias doncellas. Bellver representó magníficamente la figura yacente del Cardenal, en un estilo neoplateresco, con las virtudes cristianas esculpidas en las esquinas: Justicia, Prudencia, Fortaleza y Templanza, presididas por la Caridad, haciendo referencia a las bondades que las doncellas del centro debían practicar. En el lado derecho del monumento, se muestra la representación del momento en que la Emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos V, nombra a Juan Martínez Silíceo como preceptor de su hijo, el príncipe Felipe de Austria, quién más tarde sería Felipe II.
En el lado izquierdo, está esculpida una escena que muestra al Cardenal Silíceo recibiendo las credenciales de un grupo de colegialas, vestidas con el uniforme oficial. Esta otra representación hace referencia al importante momento de la entrevista de las doncellas, y entrega de sus credenciales, al Cardenal, en los inicios del colegio, cuando el fundador aún vivía.
Una escena similar a esta última que está representada en dicho sepulcro, debió vivir Sor Juana de San Antonio. Para el ingreso en dicha institución nuestra Juana debería haber superado un examen minucioso sobre su origen, de ahí la sorpresa de haber encontrado que figura con otros apellidos y con el nombre de otros padres y abuelos. Se indica que el padre era de Chozas de Canales, sí, y apunta que la madre era de la Torre de Esteban Hambrán. ¿Cómo es posible? No eran sus padres verdaderos. Con cada aspirante a ingresar se debía rellenar un extenso formulario en el que constaba nombre y apellidos de la niña, lugar de nacimiento, edad, nombre de los padres, si era hija legítima y de legítimo matrimonio, detallando después también quienes y de dónde eran sus abuelos paternos y maternos. Por último se preguntaba si no tenía mácula de raza de judíos, moros o herejes, ni enfermedad contagiosa.
Dicha documentación, imprescindible para el ingreso, requería declaraciones juradas de testigos, que figuran en los expedientes de cada doncella. Un hecho que no deja de ser asombroso y que estudiaremos en la medida que podamos, más en profundidad. En el propio Archivo, de Patrimonio Nacional, desconocían incluso quién era Sor Juana de San Antonio. No la encontramos en un primer momento, buscando como Juana Ximénez Gallega. Como tal no existía. No desistí ante esta contrariedad, y decidí examinar una a una, en la sala de investigadores, a todas las doncellas que están en los expedientes. Di con una llamada Juana, en 1604, y de Chozas. Y tuve la certeza de que era ella. Juana se fue del pueblo con 8 años, y estuvo 8 años más en casa de unos señores toledanos, luego calculé que la fecha en la que habría entrado en el Colegio Silíceo sería 1604. Y lo era. Lo chocante fue ver que en el expediente que se conserva en el Archivo figura así:
Juana Martínez del Prado (Chozas, 1604)
Padre: Simón Martínez
- Abuelo: Bartolomé Martínez
- Abuela: Catalina Pérez
Madre: Francisca López del Prado
- Abuelo: Diego López
- Abuela: Inés Sánchez
Los apellidos de Juana tampoco son los correctos, porque tendrían que haber puesto Juana Martínez López del Prado, suponemos que este segundo apellido sería compuesto. Me he atrevido a hacer algunas conjeturas sobre tan asombroso asunto. Los verdaderos padres de Juana son Miguel Ximénez e Isabel Gallega, ambos de Chozas de Canales, como sabemos. Ellos querían que Juana regresara al pueblo, no deseaban que fuera monja, por lo que no habrían aceptado posiblemente su ingreso en esta Institución, mientras ella seguía persiguiendo su objetivo de terminar como religiosa. Hipotéticamente, alguien pudo ayudarla a falsificar el expediente, presentando a otras personas, cómplices en el asunto, que atestiguaran que Juana era su hija (los dos que figuran como sus padres). En este caso, habría sido preciso que muchas personas dieran falso testimonio, en los dos pueblos, Chozas de Canales, señalado como pueblo del padre, y la Torre de Esteban Hambrán, recogido como pueblo de la supuesta madre. Lo habrían descubierto. No creemos, por lo complicado, que esto fuera posible. La información que estaba escrita de Juana no debió contrastarse con testigos. Simplemente, no era cierta.
La otra posibilidad, difícil pero más factible, es que hubiera contado con la complicidad de alguna de las autoridades de la institución o de todas. Ella nos dice que esa persona es «el mayordomo·, como hemos podido leer arriba. Según había señalado el Cardenal las autoridades del Colegio eran una Rectora, un Administrador y el Capellán Mayor, y 4 capellanes más. A alguno o algunos de ellos, tal vez a todos, se les podría haber informado de la situación desesperada de Juana. Y posiblemente ese «mayordomo», que podría ser la figura del Administrador, se apiadara de ella e hiciera que la adolescente Juana ingresara en el Colegio de Doncellas Nobles. La joven chocera seguía firme en querer dedicar su vida a Dios, pero se enfrentaba a la oposición de sus padres, desde el principio. Juana en diciembre de 1604 cuando es propuesta como doncella por el rey Felipe III, tenía sólo 16 años. Tal vez, con ayuda de ese cómplice o cómplices, se manipuló «por una buenísima acción» su expediente y se saltaron después todos los controles necesarios, de acceso al Colegio. Los testimonios que aparecen en su expediente tendrían que ser por necesidad falsos.
Para ser admitidas las doncellas en el Colegio Silíceo, diversos testigos debían dar fe de los datos señalados en cada expediente: nombre completo y apellidos, quienes eran sus padres y abuelos, de donde eran… con declaraciones juradas por los testigos elegidos, según constan en el Archivo. En el caso de Juana, debería haberse contrastado la información con testigos en ambos pueblos, en Chozas y en La Torre. Se habría descubierto. ¿Qué sucedió en realidad? Creo que en su caso y nunca mejor dicho «los designios de Dios son inescrutables». Y lo fueron. Lo más probable es que alguien desde dentro, tal vez toda la Junta Rectora, la proporcionara un expediente «a la medida de lo que se necesitaba» con los «datos falsificados», que no se iban a verificar. Se trataba de una buenísima acción, para permitir a la adolescente y desamparada Juana alojarse allí durante los casi 4 años que estuvo.
A continuación vídeo que nos muestra el monumento funerario del Cardenal y la Capilla, que hoy es un museo de Patrimonio Nacional, y visitable. Lo encuentras en mi Canal de Youtube – @Doriroga-Nutriguia:
Años después, Juana conoció en el Colegio al trabajador que realizaba las tareas del jardín, que a su vez trabajaba en la Huerta del Convento de Santa Isabel de los Reyes. A él le pidió que les transmitiera a las monjas su deseo de ingresar en dicho convento. Con su intervención, consiguió su objetivo. Las monjas clarisas de Santa Isabel la aceptaron con gusto. Y Juana abandonó el Colegio Silíceo el 8 de septiembre de 1608, para ingresar en el Convento de Santa Isabel de los Reyes (en la Travesía de Santa Isabel 1, 45002 Toledo). El convento al que Juana tuvo que dirigir sus pasos está situado en la toledana Plaza de Santa Isabel, a poca distancia de la catedral. Es un convento de las hermanas clarisas, por tanto franciscano. Un convento de la Segunda Orden.
«La Señora Doña Juana de Toledo, Abadesa, y las demás monjas, todas me abrazaron con mucha caricia, dándome mil bendiciones».
Firmado: Dori Rodríguez 08/09/2024
Sobre la autora:
Dori Rodríguez García nacida en Chozas de Canales (Toledo – España). Periodista, Licenciada en Ciencias de la Información, en 1987, en la Universidad Complutense de Madrid. Becaria en el Gabinete de Prensa de Televisión Española. Trabajó en las revistas «Tele-Ticket», «Mucho más», «Cómplice» y «Greca» de la Editorial española Sarpe y posteriormente de la editorial alemana Axel Springer. Seguidamente, siguió su labor en otra editorial española, Globus Comunicación, en las revistas «Bricolaje y Decoración», «Brico», «Cocinar Hoy», «Cocina Semanal», «Decoración clásica», «Casas de siempre» y «Cocina Ligera», donde ejerció de redactora jefe. Actualmente es Directora Adjunta de la revista digital: Nutriguia.com y Directora también de Adoronews.com